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Siempre volver (ese eterno retorno, ese drama necesario)

Después de algún tiempo, heme aquí de nuevo. He estado debatiendo si volver a escribir, o no (y cómo hacerlo, blog, twitter...). Muchas razones para no hacerlo. Toma tiempo, no hay los resultados esperados, entonces llega este sentimiento traicionero de sentir que se está haciendo algo no productivo (algo absurdo, tonto), cuando se pudiera estar generando economía. Es un dilema de años...

Entonces, ¿para qué hacerlo, si nadie o pocos leen?

Es una pregunta a la cual no le encuentro una respuesta satisfactoria (dilema de años), y la cual me lleva a volver a distanciarme de este asunto llamado escribir, y así se repite el ciclo nefasto, pues eventualmente aparecen 'las ganas de escribir', o ¿de crear? (¿crear qué? ¿Y a quién le importa o interesa?) y se vuelve a escribir. Se vuelve porque en el fondo se sabe, se presiente, que escribir es algo que te llena.


El tiempo es una estación

“Quiero aprender a meditar”, me dijo, mientras conversábamos en la calle, afuera de su residencia, una gran residencia.

(Yo) me había detenido para saludarlo, luego de terminar mi caminata habitual, una mañana de verano.

También, lo admito, me había detenido para observar la remodelación de su casa, la que todos los vecinos comentaban. Le estaban agregando un segundo piso a la parte de atrás, dejando solo un patio central como en las haciendas de México.

“Estoy construyendo un cuarto de meditación”, me dijo, “en la esquina del segundo piso”, y me señaló con su mano la ubicación del cuarto, su esposa se veía a lo lejos dando instrucciones a los albañiles.

“He escuchado que tú meditas”, me dijo. “Mis hijas han leído tus escritos, dicen que meditas, que eres una especie de monje itinerante. Yo te veo caminar en las mañanas y a veces me digo que has de tener historias interesantes.”

Le dije que sí. Que tenía algunas historias de lo que me había sucedido en mis exploraciones en el Tibet.

“Pero no puedo hablar de esto con cualquier persona”, le dije.

“Quiero aprender a meditar”, ofreció, cruzando sus manos por su espalda.

“¿Por qué?”, le pregunté.

“Mira, para serte sincero”, me tomó del brazo y me llevó a una parte oculta, debajo de un árbol. “Desde que se metieron a robar a mi casa, vivo con miedo. No me gusta saber que me robaron mi tranquilidad. Ahora vivo asustado. Cada vez que salgo de mi casa echo una mirada para confirmar si no hay un malandrín atrás de un árbol. A veces, cuando salimos de la ciudad, le hablo por teléfono a un vecino y le pregunto si todo está bien.”

“Entiendo lo que dices”, le dije, “y sí, la meditación es para conducirnos a lo que es verdad.”

Él asintió.

“Eso es lo que quiero. Te veo muy tranquilo, muy relax. Yo quiero la verdad.”

“No siempre estoy relax”, le dije, “a veces también siento miedo.”

Sueño de frustración

‪El mundo‬ ‪
como un sueño‬
‪lleno de apegos y aversiones‬ ‪
parece real‬  ‪

~Shankaracharya‬

~

Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que os destroza los hombros doblegándoos hacia el suelo, debéis embriagaros sin cesar.

~Charles Baudelaire


~

Vamos pues a jugar a esto que es un sueño o sucumbir ante la tentación de ser un bebedor anónimo. (Sueño de Frustración).

~

 Siempre fui un diletante, un extraño, un outsider, a final de cuentas un personaje en los márgenes del mainstream. Un personaje que, en algunas ocasiones incomodaba a gente. Tienes una presencia muy fuerte, me decía una amiga, intimidas con tu mirada. Hasta que vi mi verdadera naturaleza y pude ser libre (¿quién vio esa naturaleza, quién pudo ser libre?)

 Esto no quiere decir que ese personaje no aparezca de vez en cuando. El síndrome conocido como el Mal de Baudelaire.

 Aparece cuando las condiciones dentro del sueño son ideales. Cuando los factores de riesgo que crearon a ese personaje, están allí. Una reunión. Un evento. Una congregación de personas que conviven en torno a sus falsos yoes.

 Esa es una de las condiciones, de los panoramas para que ese personaje aparezca y exija. Es muy predecible. Dejo que aparezca y que haga lo suyo (¿quién deja?), aunque a veces, debo admitir, es imposible no dormirse y jugar a Baudelaire.

 Dado uno de esos casos, el sueño se hace como un hoyo negro o vortex que succiona a los condicionamientos antiguos y se cae en la tentación de creer en el sueño como algo separado y peligroso, donde se tiene que sobrevivir poniéndose un disfraz. Volver a creer en Baudelaire.



 "La dualidad es un vortex de energía que te hace creer en él. Necesita de tu creencia para que siga subsistiendo", le digo a Mehdi, al llegar a un evento social donde nos invitaron por separado, pero llegamos juntos.

 Rápidamente encontramos a un grupo de hombres en el lobby bar, chupando la teta del vino para sobrevivir la velada.

 "El vortex me empieza a succionar", dice él. “Voy a necesitar un aliciente. Algo que me mantenga a salvo de este desastre metafísico.”

 “Todo es un sueño”, le digo, “ya hemos hablado de este tema. No caigas ante la tentación de creer que es otra cosa. Sé tú, mientras los demás se hunden en el sueño.”

 “Voy a tener que beber”, me dice Mehdi, “no sé si sobreviva. No hay alternativa.”

 Entramos al salón donde se lleva a cabo el evento y es imposible no sentir la succión de la ilusión. La energía se disuelve en el hoyo negro donde están todos los personajes, moviéndose con un frenesí discreto, volteando a todas partes en busca de algo (de ellos mismos) hasta que el mesero aparece (de la nada) y les pone una botella de cerveza en la mano (o copa de vino) y es como un biberón que se empinan y el chupón se pega a sus bocas y la cerveza fluye y están dormidos, hipnotizados por las luces de la fiesta y todos, con sus miradas discriminantes (ya menos agresivas), haciendo de este sueño algo intolerante (¿para quién?).

 “Hay que estar ebrio”, dice Mehdi, "es la única opción. Para no sentir el peso. Tú también debes embriagarte." Lo veo perderse entre un grupo de personajes que brindan efusivamente con shots de tequila. Yo me quedo sólo y al poco tiempo, también estoy bebiendo una cerveza de 2 x 1, cortesía de los meseros diligentes (el sueño cuida de los suyos).



 Más tarde, Mehdi está enervado. Nos reunimos en una mesa y hacemos una revisión de los hechos, un recuento de lo sucedido.

 “De forma que esto es un sueño”, dice él. “Pero parece muy real. Te atrapa, te jala, te hace dudar de si uno no está creando esta idea disparatada para evadir la realidad.”

 “Es tan real como lo que hiciste ayer. ¿Pero, dónde quedó lo de ayer? ¿Realmente sucedió? ¿Qué evidencia hay, un pensamiento?”

 Una mujer, un ama de casa, nos escudriña con una mirada indignada. Un hombre, con porte de burócrata, sentado en una mesa de enfrente habla con otro semejante a él. Una mujer no más de 20 pasa en su vestido corto, incitando a que la vean; su personaje depende de eso, de que lo vean, admiren, deseen.

 “Es que todos son mejores”, dice Mehdi, gritando entre los vapores y ruidos de la fiesta, “mejor situación económica, mejores personas, mejores sentimientos, mejores amistades, mejor ropa. En cambio nosotros, en esta evasión de que es un sueño.”

 “Las condiciones propicias para que el sueño sea más pertinente e importante, ¿no? Más urgente, más envolvente.”

Ese algo que se expresa, esa nada que eres

Hablar de la verdad no es fácil. Qué es la verdad. Simplemente lo que es, sin nadie haciéndolo.

Este mensaje resulta chocante para mucho buscador espiritual que cruza los brazos al oír el tema. Por ello me cuesta trabajo cada vez que me invitan a algún foro. Subirme a la tribuna y compartir un monólogo es un salto al precipicio donde cualquier cosa puede pasar.

Muchas veces no sé qué decir, y me siento un merolico que está engañando a los presentes con un mensaje que suena a propaganda de alguna secta espiritual. 'Los no-dualistas', 'Los nihilistas'.

Otras veces las palabras fluyen y aunque hay pocos aplausos, siento que hice algo, o mejor dicho, que fui conducto para que ese algo se expresara. Ese algo, ¿qué es?

Una señora me esperó afuera del meeting room, y hablamos un poco.

“Lo hiciste bien Samadhi, es muy cierto que no hay control. Ahora lo entiendo, y así lo vivo. Vivo desde ese no-control. Lo que sucede en mi vida, mi situación, está fuera de mi control, simplemente sucede, porque así estaba destinado y no podía ser de otra manera. De alguna manera eso alivia la culpa.”

Asentí.

“Todo así es. La vida expresándose.”

“Sin embargo, qué fuerte, qué loco. No cualquiera puede oír este mensaje.”

Asentí.

“Y también está bien, dado que no es culpa de nadie. Todo simplemente es. El que no puede oír o entender está igual que el que sí. En ambos casos es solo la vida expresándose.”

“De todas formas, qué loco, ¿no? Es de otro nivel. No se puede andar por la vida igual luego de oír estas cosas.”

“Todo pierde pesadez, porque se ve que todo simplemente está sucediendo sin que un ‘alguien’ lo esté controlando.”

“Eso quiere decir que si por ejemplo tomo tu mano, o si te abrazo, ¿eso estaba destinado?”

Asentí.

“Pero algo me detiene, ¿es lo que estaba destinado?”.

“Todo es un juego, la danza invisible, la paradoja, por eso hay que continuamente hacer la indagación, y observar el pensamiento.”

“Sin embargo, no entiendo nada. Siento que me voy a subir a mi carro y todo esto se me va a olvidar, y simplemente será como un sueño, donde me enteré de algo que quizá no debía enterarme.”

“Eso es un pensamiento."

“Esto es demasiado.”

“El proceso de tu despertar ya empezó. Aunque que quisieras detenerlo, no puedes.”

“Es de otro nivel.”

“No hay niveles. Solo hay lo que es.”

Una noche emblemática del bienestar soñado por un buscador espiritual llamado Johan o, todo es fatuo

“Todo puede suceder en la noche,” me dijo una gurú esotérica en una velada nostálgica, hace ya algunos años, cuando yo era académico en una universidad de California.

En esta ocasión, lo que sucedía era una charla entre dos actores en la gran obra de Dios. Él, un místico de la vía transpersonal, yo, un jnani en vías de recuperación. Ambos, unas olas en el océano llamado Dios, usted lector, simplemente nada, nada en la nada de Dios.

“Yo hago mi chamba,” me dijo Johan, “y Él hace la suya. Pues yo tengo una fe inquebrantable en la promesa de que, si yo hago mi chamba y sigo su programa de liberación que la escuela ofrece, Él me regresará el sano juicio que perdí hace muchos años, cuando yo era un niño risueño en la infancia. Quiero regresar a ser niño y tengo las posibilidades de hacerlo. Pues tengo la creencia de que si yo hago mi chamba, Él hará la suya.”

“¿Estás diciendo que sabes la voluntad de Dios?,” me atreví a preguntar sorbiendo mi té de ginger.

“De acuerdo a sus directrices, sí. Pues Él quiere que tú te sanes a ti mismo mediante un proceso de introspección y autoconocimiento, ver todos esos parámetros ocultos que bloquean la luz de la que hablan en la Biblia. Yo soy el camino, la luz y la verdad, dicen. Él quiere que tú seas responsable, es todo.”

“Estás diciendo que si tú haces ese trabajo, recibirás el sano juicio a modo de premio.”

“Esa es mi creencia.”

“No deja de ser una creencia. ¿Cómo sabes que la voluntad de Dios no es otra?”

“Eso es lo que el ego quiere que tú creas.”

Nos quedamos callados, viéndonos uno al otro, parados en medio del salón. Afuera, la noche tupida hacía imposible ver a unos metros siquiera. Estábamos solos en la Escuela de Sabiduría del Noroeste y una encrucijada de puntos de vista se hacía presente. Johan tenía los brazos cruzados y esperaba mi réplica a su argumento. Le di por su lado, como mi gurú esotérica acostumbrada hacer cuando llegábamos a una encrucijada y nos quedábamos en silencio.

“Creo que en todo trabajo espiritual,” le dije, “lo importante es la rendición. Tomar como emblema la noción de que no hay garantía y siempre se hará la voluntad de Él, y esta voluntad puede no gustarnos.”

“De acuerdo Samadhi, pero al menos ya no habrá sufrimiento, eso es el meollo.”

“Ya no quieres sufrir.”

“No.”

“El que no quiere sufrir no existe, es solo un pensamiento que se opone a lo que es. Es imposible que ese que ya no quiere sufrir elimine el sufrimiento, pues no existe.”

“Entiendo tu filosofía y te ha servido bien, pero cada quien su camino. Vive y deja vivir, dicen. Yo tengo pensado ser maestro espiritual. Pero primero me estoy preparando, estudiando los parámetros de liberación que él programa me ofrece, para luego guiar a otros por el camino del despertar espiritual.”

“¿Y cómo sabes que la voluntad de Dios no será otra, que termines siendo otra cosa y no maestro?  Yo por eso vivo el momento presente. Esa es mi verdad. El momento presente. Pues no sé lo que va a pasar mañana ni lo que Dios tiene reservado para mí.”

“Dices que no hay un mí.”

“Precisamente. Entonces como no hay, ¿cómo voy a refugiarme en un falso yo o personaje que busca una liberación en el futuro? Ese personaje que busca, es el buscador espiritual. Se cree el hacedor de su vida y piensa que está en él buscar la liberación, que depende de él, de su esfuerzo, de su trabajo y si lo consigue, se lo adjudica como si fue gracias a él, por su mérito. Si no lo consigue, inventa una justificación para continuar su búsqueda. Esa es la gran zanahoria Johan.”

“Hablas habladurías amigo, porque no tienes fe. Sigue el programa de la escuela, paso a paso, profundiza en cada palabra y poco a poco se te irá revelando lo que te quiero decir, esa verdad que llega cuando uno entiende el mensaje.”

“Es que no hay nadie que entienda el mensaje. Ese es el punto.”

“Cómo no va haber, si estoy aquí, parado, hablando contigo.”

“Porque te crees el hacedor. Piensas que tú estás a cargo de tu vida, te adjudicas todo lo que se ha ido desarrollando en tu vida como si hubiera sido de tu autoría, cuando en realidad, tú no has hecho nada, se te ha concedido ese camino y rol dentro de la vida.”

Johan me veía con los brazos cruzados. Su esposa llegó por él y ambos se fueron a la noche, desaparecieron en la noche como dos historias que habían llegado a su fin, y yo me quedé solo, solo y con mis dudas.

Buscador espiritual, algo más

Acerca del buscador espiritual podemos agregar que su naturaleza misma puede ser detestable para los que no son (y los que son) buscadores espirituales.

Y por qué podría ser detestable el buscador espiritual. Porque sigue siendo un falso yo, pero es un falso yo que se ha puesto la máscara de un personaje pulcro, limpio, incluso, superior a los demás: no hace cosas malas, no tiene pensamientos sucios, ya que ‘él hace prácticas elevadas que los demás seres ordinarios no comprenden porque su conciencia no está evolucionada para entender esos menesteres, pues solo unos afortunados (como 'él') los pueden entender.'


Quién es el buscador espiritual.

El buscador espiritual queda evidenciado como aquel que piensa que eligiendo una estrategia (sistema, método, práctica, filosofía, tratamiento, etc) puede eliminar el sufrimiento.

La palabra clave aquí es eliminar.

Quizá si ese buscador espiritual practicara cierta técnica —que promete resultados milagrosos para eliminar el dolor o sufrimiento—, entonces pudiera encontrar eso que tanto anhela: una existencia feliz y armoniosa. Un cappuccino awakening, como dice Mooji.

Podemos decir entonces, que el buscador espiritual es hijo de la adversidad, de los problemas, del dolor. Un buscador espiritual, es un personaje dolido.

¿Libre Albedrío?

"Cuando estás enfrascada escribiendo un poema, ¿acaso estás pensando, ‘Mira, tengo libre albedrío y lo estoy aplicando al escribir este poema, soy muy maja?' No. La escritura sucede por sí misma, como todo lo demás en esta vida."

"Disculpa, mon ami, no tendré libre albedrío para algunas cosas, como escribir un poema, pero tengo libre albedrío para otras, por ejemplo hacer una llamada telefónica o elegir a dónde girar el volante al conducir el auto."

"A esa postura la comparo con decir, 'Estoy embarazada a medias'. O se está embarazada, o no. No hay medias tintas. Hay o no hay. No puede haber libre albedrío para unas cosas y para otras no. Eso sigue siendo que no hay libre albedrío, pues libre albedrío implica libertad. La libertad en toda decisión, acción. No hay libertad a medias."

"Por lo tanto, la sensación de que tengo libre albedrío para unas cosas, es parte del libreto, es solo un pensamiento que me hace pensar eso, para darme la impresión de que tengo libre albedrío."



Después del Satsang

 

 “Es muy fácil hablar de realización cuando tienes la barriga llena,” dijo el hombre, montado en su bicicleta (hablaba con dos mujeres con hoodie), “pero qué tal cuando tienes tres hijos y no tienes trabajo por tres meses. Un pastor cristiano me dijo que por cada veinte dólares que le diera, Dios me regresaría mil. ¿Pero dónde está Dios? Sigo esperando su respuesta. Le pido ayuda y no veo respuesta.”

Abre los ojos de tu corazón, mira: en todas partes está Dios ~Mooji

   “Dobla la rodilla,” le dije, tratando de ofrecerle consuelo. Él me veía atento, pero escéptico, como si ya hubiera escuchado ese sermón muchas veces. “¿Has hecho eso, doblar la rodilla?”

   “Ya me siento bien,” dijo, “ya me curé.”

   Se retiró del satsang. Tiempo después, le di gracias a Dios por mostrarme lo que soy.

A brief friendship

   “I used to read books on meditation,” he told me in a matter-of-fact way, “a real poet of my time, but now I’m into the big guy,” he gestured to the sky and added, “God. God is the true king,” and he showed me his house, he had just moved into the neighborhood, just across the street from my house.

   He was a big man, with big shoulders and long hair. He was a construction worker in Los Angeles, of all places. He arrived with a big family too. A family of eight. After a few days however, I saw what was happening: there were 2 families living in that house. Something that was becoming quite familiar in our neighborhood of foreigners and migrants, an end of times melting pot.

   “God is the true king,” he would tell me another day, as he took the sun in his balcony. “I arrived at that conclusion after years of hardship and failure. I noticed I might as well surrender to him and stop playing around, you know what I mean?”

   “Meditation is cool and all, but you become disconnected from life, a bit aloof and my wife doesn’t like aloofness. She threatened to leave me if I continued on that path. Three day retreats, yeah right, not for me.”

   “Meditation is for hippies,” he would say on another occasion, “you know what I mean, not for me. I got a family and a dog.”

   Some time later, by accident, we started having some exchanges via the WhatsApp application. That is, I introduced him to some of the masters that had been instrumental in my spiritual path.

   “You should read up on Advaita,” I told him, and I would send him some links to videos so he could catch up on his spiritual knowledge and maybe have a alternative perspective on the truth, that way we could have a topic of conversation when we met by chance. I wasn’t too involved with reading and preaching the Bible at the time.

   It didn’t last long, however, our correspondence via WhatsApp, even though we were neighbors. Apparently his wife got a hold of his phone. And that was the end of that.