10/22/19

El tiempo es una estación

    “Quiero aprender a meditar”, me dijo, mientras conversábamos en la calle, afuera de su residencia, una gran residencia.
    (Yo) me había detenido para saludarlo, luego de terminar mi caminata habitual, una mañana de verano.
    También, lo admito, me había detenido para observar la remodelación de su casa, la que todos los vecinos comentaban. Le estaban agregando un segundo piso a la parte de atrás, dejando solo un patio central como en las haciendas de México.


    “Estoy construyendo un cuarto de meditación”, me dijo, “en la esquina del segundo piso”, y me señaló con su mano la ubicación del cuarto, su esposa se veía a lo lejos dando instrucciones a los albañiles.
    “He escuchado que tú meditas”, me dijo. “Mis hijas han leído tus escritos, dicen que meditas, que eres una especie de monje itinerante. Yo te veo caminar en las mañanas y a veces me digo que has de tener historias interesantes.”
    Le dije que sí. Que tenía algunas historias de lo que me había sucedido en mis exploraciones en el Tibet.
    “Pero no puedo hablar de esto con cualquier persona”, le dije.
    “Entiendo", dijo, asintiendo. Luego: "Quiero aprender a meditar”, y cruzó sus manos esperando mi respuesta.
    “¿Por qué?”, le pregunté.
    “Mira, para serte sincero”, me tomó del brazo y me llevó a una parte oculta, debajo de un árbol. “Desde que se metieron a robar a mi casa, vivo con miedo. No me gusta saber que me robaron mi tranquilidad. Ahora vivo asustado. Cada vez que salgo de mi casa echo una mirada para confirmar si no hay un malandrín atrás de un árbol o dizque paseando un perro en la calle, nunca se sabe. A veces, cuando salimos de la ciudad, le hablo por teléfono a un vecino y le pregunto si todo está bien. Él viene y revisa mi casa, luego me manda un mensaje”
    “Entiendo lo que dices”, le dije, “y sí, la meditación es para conducirnos a lo que es verdad.”
    Él asintió.
    “Eso es lo que quiero. Te veo muy tranquilo, muy relax. Yo quiero eso.”
    “No siempre estoy relax”, le dije, “a veces también hay miedo.”

10/15/19

Stop making sense

    La primera mujer que leyó lo que yo escribía era una universitaria. Me la encontré en una obra de teatro. El teatro estaba lleno, por lo que tuve que aguardar parado en la entrada, pero desde ahí se podía ver lo que ella hacía en el escenario de una manera muy convincente. En plena actuación, no se daba cuenta (o era muy desinhibida, o alocada) que su blusa estaba medio desabrochada, y un pecho se le veía.
    Sentí pena por ella, quería advertirle que se tapara... pero terminé conociéndola, y enseñándole unos poemas escritos a máquina. Ella pareció aprobar de mis intentos novatos, y luego pasamos al patio de mi casa.