10/25/24

Nada existe, todo parece existir



The Shining, de Stanley Kubrick


    Si Katya llega a leer lo que escribo en este blog, gracias a unas recomendaciones que recibí, podría darle un infarto.
    —Déjame ver si entiendo. Porque quiero entender. Me estás diciendo, que todo este tiempo que has estado encerrado en tu estudio, ensimismado en tus cosas, en lugar de hacerme caso, ¿has estado escribiendo esto?
    Acto seguido, se desvanece y pierde la noción del tiempo. Al volver en sí, ya no recuerda el incidente, que pasaría a ser solo una tarjeta postal (una más) en el archivo del Matrix, y la vida seguiría su curso. Sí, muy interesante.


Nada existe.
Todo parece existir.

~Nisargadatta

Encontré lo que necesitaba




    Las cosas siguen siendo lo mismo para muchas personas. Es como si el tiempo no hubiera pasado. Las mismas preferencias e idiosincrasias, las mismas obsesiones y soledades, las mismas dudas y frustraciones. Es como si el tiempo no existiera.
    En realidad no existe, eso lo sabemos. El tiempo no existe, es ilusorio.
    De forma que uno hace lo que puede, flotando maravillosamente por la balsa que va por el río de esta misteriosa vida.




10/23/24

Sublimar, eh

Redirigir las pulsiones inaceptables
hacia formas constructivas de expresión

   
    Un lunes memorable del año pasado, la terapeuta me dijo de buenas a primeras:
    —Escribir, ok, y no para publicar (aquí está lo importante), sino para sublimar, ¿ajá?. Como los jugadores de fútbol, que necesitan sublimar su agresividad. Ya ves, cuando están en el offseason se vuelven ociosos y se meten en problemas.
    —Ah. Sublimar. Ya entendí. Buen ejemplo, nunca lo había visto de esa manera.
    —Sublimar energías ancestrales, ¿ajá? Y son varias, eh. ¿Ajá? Y te consumen el alma. Si no las consumes, el abismo te consume, como dijo Nietzsche.
    Estuve de acuerdo con su comentario. Sin embargo, me tomó tiempo dar ese paso. ¿Casi un año? Me tomó valentía. Es la verdad. Se necesita valentía para sublimar. No todos los hombres son buenos para sublimar. Se requiere humildad, paciencia, y no sé qué más.
    O será el momento del año —eso—, donde uno se siente más expansivo, porque se acercan las fechas de fin de año.
    El tiempo dirá, como siempre, como en todo.

10/19/24

El enemigo

El enemigo
es la falta de conciencia,
falta de presencia.

~Traleg Rinpoche

Lo invisible

El hombre
que se siente sostenido
por lo Invisible e inefable,
ése está libre de temor.

~Upanishads

10/18/24

Incertidumbre en el Aquí y Ahora


La conciencia no experimenta las cosas.
Experimenta el conocimiento de las cosas.

~Rupert Spira


    En esta existencia relativa, desconocida —pues solo conocemos nuestra percepción relativa de ella—, la moneda de cambio es la Incertidumbre. Así se paga el peaje en el Matrix. Es el lenguaje del algoritmo. Todo es incierto en el Matrix. Cualquier cosa puede pasar —por más bueno que seas—, y no hay forma de saber o confirmar, que no vaya —o vaya— a suceder algo, por más tétrico que sea (¡qué pesimista!).



la fe que somos


    Lo bueno es que, uno como viajero del tiempo afortunado de haber llegado a esta dimensión — según elegiste en el menú de opciones—, se maneja con su propia moneda: la fe. La fe es lo único que sabemos y de ella dependen nuestras acciones y diario vivir. La fe es nuestra interpretación optimista de las cosas. Tenemos fe de que las cosas vayan a ser de una manera, que nuestro día vaya a salir de una manera. Pero aquí entran las probabilidades. Qué tan probable es que suceda tal o cual incidente. Nunca hay certidumbre al 100%, o garantía de nada. Compraste el boleto de entrada, y no sabes qué es lo que te espera en la siguiente escena del filme. Haber llegado aquí, es aventarse a un precipicio con los ojos cerrados. Nuestra única luz: la fe. Fuera de eso, el momento presente, es lo que es.

10/15/24

Chow Mein, o, De un sueño a otro, presentado por Marlboro Lights, y Huang Po

    El hombre bigotudo, mostrando un alto índice de encabronamiento en su rostro mineralizado, se acercó al mostrador del restaurante de comida china, donde estaba la inocente cajera de ojos rasgados.
    —Disculpa —vociferó el hombre con los brazos extendidos a los lados como si fuera a pelear—, ¿quién es el dueño? Quiero hablar con el dueño.
La empleada, una oriental con rostro de que no sabía lo que pasaba, pues no dominaba el idioma español, dijo unas palabras a una persona que salió de la cocina inmediatamente.
    —¡Está fumando el cocinero! —soltó el hombre bigotudo—, no quiero humo de cigarro en mi comida. Quiero que me regresen mi dinero. Nadie en mi casa fuma, y no quiero que mi comida huela a tabaco.
    —¿Cuál humo señol? —dijo el hombre, también oriental, delgado, alto, pelo relamido—, nadie está fumando. Es el vapol de la palilla.
    —Voy a llamar a salubridad, ¿ok?, para que les cierren el negocio. Qué tipo de tontería es esta, donde alguien fuma en la cocina. Yo no quiero que mi comida huela a cigarro. Nadie en mi casa fuma. Dame mi dinero.
    El oriental intercambió unas palabras con la cajera en su idioma natal, y ella sacó unos billetes de la caja para dárselos al hombre bigotudo, que salió del restaurante exasperado, acompañado de una mujer curvilínea que le fue sacando plática como para calmarle los nervios.



El éxtasis de fumar


    Más tarde, cuando hube terminado mis alimentos chinos, me encontré al oriental en el estacionamiento, sentado en una banca, al lado de una puerta de servicio que conducía a la cocina, el hombre fumaba tranquilamente, pero se le notaba un hastío en el rostro.
    —Se enojó el hombre, verdad —le dije, a modo de plática.
    —No impolta —dijo él—, no es veldad, es palte de esta histolia que me tocó vivil.
    —Curioso que tenga esa perspectiva.
    —Todo es palte del sueño.
    —Parece que está de moda esa conversación —dije—, porque ahora todos los buscadores espirituales dicen la misma narrativa, que todo es un sueño.
    —No soy buscadol espilitual —dijo el oriental y me ofreció un Marlboro Light, los mismos cigarros que yo fumaba, cuando fumaba.
    Le dije que no gracias, él siguió fumando.
    —Pasas de un sueño a otlo. A final de cuentas no me impolta esta plática que dentro poco selá olvidada —dijo—. Solo vine a hacer mi palte. Yo no existo, usted no existe. Cuando usted se letile, yo selé un lecuerdo pala usted y usted pala mí. ¿Pelo qué es un lecueldo? Un pensamiento. ¿Y qué es un pensamiento? Buena plegunta.
    El cocinero chino fumó varias veces, gozando de la sensación humeante que su cigarrillo le proporcionaba.
    No me había dado cuenta, pero había otros dos empleados del restaurante chino fumando cerca de nosotros, sentados en el piso, recargados contra la pared. También eran chinos. También fumaban como chimeneas. También gozaban de su existencia.
    —¿Dónde aprendió estas ideas? —indagué.
    —En los libros de Huang Po. ¿Nunca se ha pleguntado el plopósito de esta vida?
    —Todo el tiempo. Es mi tema favorito.
    —Por ejemplo, mi situación —y le dio una jalada al cigarrillo que me hizo envidiar su deleite, que me hizo recordar cuando yo fumaba y hacía pausas entre palabras para sentirme lleno de ese sofoque humeante en mis pulmones, el éxtasis misterioso del fumador que lo hace meditar a uno sin darse cuenta—. Soy un cocinelo de comida china, pero soy un migrante, sin papeles. ¿Qué hago en estas tierras feas, lejos de mi país? No sé. Todo sucedió sin que me diela cuenta. Pero no me impolta, es un sueño, un sueño dentlo de otlo sueño. Usted complueba cuando se vaya. Selé un lecueldo pala usted, un ensueño del que no estalá segulo si sucedió. Quizá nunca me vuelva a vel. ¿Hablé existido, mmm? ¿Se halá esa plegunta? ¿Hablá existido ese chino, o selá mi imaginación? ¿En qué puedo confial, qué es leal, lealmente sucedió esa escena en el lestaurante chino, mmm? Usted sacalá una conclusión: no existo.
    El cocinero chino se quedó callado. Fumó varias veces, sonriendo.
    —En lealidad soy usted —dijo—. Pero como está soñando, no entiende.

Robert Adams



    Recuerdo aquellos días cuando encontraba consuelo leyendo a Robert Adams en una cenaduría. Esos dias eran hermosos, momentos llenos de reflexión personal, de búsqueda, nacidos de una añoranza por dar con la verdad de esta vida. Esa cenaduría ya no existe. Tampoco Robert Adams y sus enseñanzas.

10/14/24

Todos estamos rotos (y no hay nada que podamos hacer al respecto)


Nunca ‪ha pasado nada.

~Papaji


    “We are all broken, and there’s nothing we can do about it,” me dijo Hans, un hombre de casi dos metros de altura, de cabellera grisácea hasta media espalda, un hippie de temperamento hosco.
    Se trataba de un norteamericano que había contraído nupcias con una mexicana, mucho más joven que él. Él andaba en sus sesentas, se puede decir que ya estaba jubilado, y ella rondaba los cuarenta (aún trabajaba). Se llevaban pues, varios años de vida, y en esos años habían producido dos hijos. Ahora él dedicaba sus días a tutorearlos en casa, ya que ellos no asistían a la escuela tradicional. En pocas o muchas palabras, preferían el homeschooling que la escuela tradicional para sus descendientes.
    “I want to show you some stuff I like to collect Sam. Come over here. Just watch your step. I got a lot of stuff.”






    Pasamos a una habitación que había convertido en una suerte de museo de ropa antigua. Había vestimentas del siglo pasado por todas partes. Ropa de los 1920, boinas, pantalones de lana y camisas de algodón, vestidos largos, y sombreros de varios tipos. Unas cortinas gruesas no dejaban entrar mucha luz a la habitación. Había retratos originales del Titanic, con unos autógrafos de los sobrevivientes.




    “Sometimes me and Lupe like to wear these costumes and then we have a drink in the living room, doing characters, playing along. ¿Would you like to play?”
    Como ese día estaba libre de trabajo y tenía tiempo de sobra para socializar con vecinos, accedí a su propuesta. Pronto nos encontramos vestidos como obreros de aquellos tiempos, boinas en la cabeza, camisa, chaleco y saco de lana, colores tierra, incluso me puso una cámara de trípode en mi mano y me dijo que yo sería el fotógrafo para documentar nuestra tertulia.





    Pasamos a la sala y allí degustamos una bebida tonificante que él preparaba, una bebida fermentada sabor a guayaba, también encendimos tabacos y él puso una estación de radio con música de los 1920s.
    “You know all this is a game right?, we are living in a sort of simulation, a false reality. I once had a very astonishing experience Sam, when I was young. I had ayahuasca from this beautiful girlfriend in Colombia, and then I understood that all this is a simulation, a play.”





    “Like the Matrix,” agregué.
    “Exactly,” dijo, “this is all setup for us. It’s like a puzzle that the universe sets up and we play along, believing it’s real. But it’s all numbers and code, everything you see is made of numbers, like math, like the Matrix, yes, you are correct, the Matrix, that's a good definition Sam, the Matrix.”
    Asentí a sus comentarios sabios, entendiendo lo que decía, y extrañándome al mismo tiempo de que un vecino aparentemente ordinario, manejara información de ese tipo. Nunca se sabe en esta vida con quién se va a topar.
    “So yes, we are all playing along,” prosiguió, “believing this is real. But everything is running on autopilot. We’re not doing anything Sam, there is no doer, and we are not our bodies. That's why I like to play characters, just to remember this is all a play.”
    Su mujer apareció por la puerta, Lupe, y nos vio sentados en la sala, jugando a nuestros personajes de obreros. Se acercó a mí y me saludó cortésmente con la mano, luego se retiró a otra parte de la casa.
    “She is a private person,” dijo Hans, y entonces me llegó el olor a marihuana. “She doesn’t interact with people. Very tough childhood, I rescued her, she worked for me for some time, then one thing lead to another, and here we are, in this dream we call life.”