10/15/24

Chow Mein, o, De un sueño a otro, presentado por Marlboro Lights, y Huang Po

    El hombre bigotudo, mostrando un alto índice de encabronamiento en su rostro mineralizado, se acercó al mostrador del restaurante de comida china, donde estaba la inocente cajera de ojos rasgados.
    —Disculpa —vociferó el hombre con los brazos extendidos a los lados como si fuera a pelear—, ¿quién es el dueño? Quiero hablar con el dueño.
La empleada, una oriental con rostro de que no sabía lo que pasaba, pues no dominaba el idioma español, dijo unas palabras a una persona que salió de la cocina inmediatamente.
    —¡Está fumando el cocinero! —soltó el hombre bigotudo—, no quiero humo de cigarro en mi comida. Quiero que me regresen mi dinero. Nadie en mi casa fuma, y no quiero que mi comida huela a tabaco.
    —¿Cuál humo señol? —dijo el hombre, también oriental, delgado, alto, pelo relamido—, nadie está fumando. Es el vapol de la palilla.
    —Voy a llamar a salubridad, ¿ok?, para que les cierren el negocio. Qué tipo de tontería es esta, donde alguien fuma en la cocina. Yo no quiero que mi comida huela a cigarro. Nadie en mi casa fuma. Dame mi dinero.
    El oriental intercambió unas palabras con la cajera en su idioma natal, y ella sacó unos billetes de la caja para dárselos al hombre bigotudo, que salió del restaurante exasperado, acompañado de una mujer curvilínea que le fue sacando plática como para calmarle los nervios.



El éxtasis de fumar


    Más tarde, cuando hube terminado mis alimentos chinos, me encontré al oriental en el estacionamiento, sentado en una banca, al lado de una puerta de servicio que conducía a la cocina, el hombre fumaba tranquilamente, pero se le notaba un hastío en el rostro.
    —Se enojó el hombre, verdad —le dije, a modo de plática.
    —No impolta —dijo él—, no es veldad, es palte de esta histolia que me tocó vivil.
    —Curioso que tenga esa perspectiva.
    —Todo es palte del sueño.
    —Parece que está de moda esa conversación —dije—, porque ahora todos los buscadores espirituales dicen la misma narrativa, que todo es un sueño.
    —No soy buscadol espilitual —dijo el oriental y me ofreció un Marlboro Light, los mismos cigarros que yo fumaba, cuando fumaba.
    Le dije que no gracias, él siguió fumando.
    —Pasas de un sueño a otlo. A final de cuentas no me impolta esta plática que dentro poco selá olvidada —dijo—. Solo vine a hacer mi palte. Yo no existo, usted no existe. Cuando usted se letile, yo selé un lecuerdo pala usted y usted pala mí. ¿Pelo qué es un lecueldo? Un pensamiento. ¿Y qué es un pensamiento? Buena plegunta.
    El cocinero chino fumó varias veces, gozando de la sensación humeante que su cigarrillo le proporcionaba.
    No me había dado cuenta, pero había otros dos empleados del restaurante chino fumando cerca de nosotros, sentados en el piso, recargados contra la pared. También eran chinos. También fumaban como chimeneas. También gozaban de su existencia.
    —¿Dónde aprendió estas ideas? —indagué.
    —En los libros de Huang Po. ¿Nunca se ha pleguntado el plopósito de esta vida?
    —Todo el tiempo. Es mi tema favorito.
    —Por ejemplo, mi situación —y le dio una jalada al cigarrillo que me hizo envidiar su deleite, que me hizo recordar cuando yo fumaba y hacía pausas entre palabras para sentirme lleno de ese sofoque humeante en mis pulmones, el éxtasis misterioso del fumador que lo hace meditar a uno sin darse cuenta—. Soy un cocinelo de comida china, pero soy un migrante, sin papeles. ¿Qué hago en estas tierras feas, lejos de mi país? No sé. Todo sucedió sin que me diela cuenta. Pero no me impolta, es un sueño, un sueño dentlo de otlo sueño. Usted complueba cuando se vaya. Selé un lecueldo pala usted, un ensueño del que no estalá segulo si sucedió. Quizá nunca me vuelva a vel. ¿Hablé existido, mmm? ¿Se halá esa plegunta? ¿Hablá existido ese chino, o selá mi imaginación? ¿En qué puedo confial, qué es leal, lealmente sucedió esa escena en el lestaurante chino, mmm? Usted sacalá una conclusión: no existo.
    El cocinero chino se quedó callado. Fumó varias veces, sonriendo.
    —En lealidad soy usted —dijo—. Pero como está soñando, no entiende.

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